Nicolo y Fayna

Unas pequeñas pompas de agua se expandían a lo largo del camino y flotaban de forma inexplicable en el aire. Él no podía evitar pensar que habían sido construidas estrictamente para su ser, y con una sonrisa, las estallaba y se enamoraba de la música que desprendían. Cada una de ellas encerraba un pequeño secreto, piezas musicales jamás escuchadas por ningún otro hombre que no fuera él; estas burbujas sólo habitaban en sus sueños.

Sus pies descalzos ardían con el contacto de la piedra, el bosque arañaba el cielo, y la única luz que le acompañaba, era la de un rayo de luna que se colaba entre las copas de los árboles. Se quitó toda la ropa mundana que tapaba su cuerpo, en esos lares no tenía porque esconderse, era Nicolo y nada más, no era el joven que vendió su alma al demonio (a pesar de que el color rojizo de sus ojos parecían decir lo contrario.)

No había rincón que ya no hubiera descubierto dentro de su amplio mundo, y no necesitaba brújula ni mapa para poder guiarse a través del espeso y verde bosque que le rodeaba, por eso mismo, decidió dirigirse raudo al estanque de las aguas intranquilas con los ojos cerrados. 

Cuando llegó al lugar deseado, se metió en el estanque con cuidado, no sabía lo que hoy podría suceder, ¿se encontraría por fin con una ninfa? ¿Debería pelear contra un gran monstruo? ¿Descansaría de forma normalizada en esas aguas infestadas de misterio? 

Su pelo largo y rubio se pegaba a su cuerpo cuando avanzaba más y más por el estanque, su piel de un tono blanquecino contrastaba con el ambiente oscuro que le rodeaba, y sus labios de un color rojizo parecían besar el aire cuando sonreía. Las aguas cristalinas le dejaron observar durante un pequeño segundo una mano de tez blanca y delicada en el fondo del estanque. Durante un instante habría creído que allí habitaba alguien más, que no estaba solo, pero eso era imposible, ¿quién podría perturbar su sueño en el único sitio dónde de verdad podría ser libre? 

Al alzar la vista se topó con unos ojos enormes que le miraban divertidos desde la orilla. Él intentó tapar su desnudez como pudo, pero al instante, se dio cuenta de que en realidad debería estar enfadado y no avergonzado con esa mirada que le observaba de forma detenida y pícara, así que decidido, se acercó al lugar desde donde le miraban.

Una chica semidesnuda reposaba tumbaba en una gran roca con toda la ropa húmeda y el pelo mojado.

  -¿Eres una ninfa? -dijo Nicolo adorando por un momento ese instante en el que la había encontrado cuando se acercó a la orilla.

  -No, no lo soy. Soy humana. 

En ese instante tuvo un mal presentimiento:

  -¿Cómo te llamas joven dama? -dijo Nicolo sobresaltado.

  -Me llamo Fayna y me he perdido. 

Los dos se observaron durante un periodo de tiempo bastante largo. Eran tan diferentes pero a la vez al mirarse se sentían tan iguales... La joven se levantó de la roca y se acercó a él:

  -¿Sabes qué? He tenido la suerte de no hacer caso a mis mapas por lo que puedo apreciar en estos momentos.

Nicolo ni se molestó en sentir una pizca de vergüenza, en verdad se sintió halagado, además la chica tenía pinta de niña y a esas edades todos tienen las hormonas revolucionadas.

  -Deberías volver Fayna, tus padres deben estar preocupados.

  -¿Sabes Nicolo? No me gusta nada que un ser como tú me tome por una cría. ¿Por qué no me compones algo con el violín?

  -¿Perdona?

En ese instante Fayna le dio un beso en el cuello. Nicolo comenzó a sentir un gran dolor en el lugar donde la joven había depositado sus labios.

  - ¿¡Cómo has hecho eso pequeña bruja!? -dijo Nicolo preparándose ya para el combate.

  -No soy una bruja -dijo ella divertida-. Soy una maga, y no quiero hacerte daño, todo lo contrario.

Hubo un silencio demasiado estridente y pesado.

  -Si me enseñas este lugar te traigo una recompensa a cambio -dijo ella con los ojos un tanto húmedos.

  -¿Qué es lo qué te ocurre pequeña? -contestó Nicolo haciendo caso omiso a lo que le había dicho.

  -Ya te lo he dicho me he perdido... y además estoy buscando a alguien.

  -¿A quién? -preguntó Nicolo.

  -A tu antiguo yo -contestó Fayna.

Él se acerco todavía más a ella, y a pesar del dolor la abrazó:

  -¿Quién eres? -volvió a preguntar Nicolo sin poder evitar querer protegerla.

  -Ya te lo he dicho, soy Fayna -continuó diciendo ella-, y me he perdido. 


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